Nada nos pertenece
A mi madre.
Nada nos pertenece madre,
nada nos pertenece.
Ni esta vida de paso que apenas nos sostiene,
ni los remotos días en que viste la dicha,
esa dicha tan breve.
No madre, nada nos pertenece.
Yo te escucho y lamento cada tarde vacía,
me culpo, yo conozco la culpa,
por no ser más feliz, por no aferrarme más,
por dejar que me pase por encima la vida
o me alcance la muerte (y la acoja sin prisa).
Madre, nada nos pertenece.
Y nos es un pronombre que se pronuncia solo.
Yo, solo yo que te amo conozco de tus lágrimas
tan plagadas de historia.
Yo sé que un día, por ejemplo,
te sentiste tan sola y tan desamparada…
No madre, no sé nada,
guardemos los secretos,
toda la ropa sucia debe lavarse en casa.
Madre nada nos pertenece.
Un día nos iremos de esta casa,
de estos humildes muebles, de las blancas ventanas
y de las celosías. Un día nos iremos madre
y veremos de lejos, y cada vez más lejos,
que atrás se van quedando pedazos de la vida:
mi infancia consumada y tus dieciocho años,
mi adolescencia vana sobre tu breve espalda
y tu vejez que aguarda acodarse en la mía.
Madre, son las dos menos treinta y nada nos pertenece,
solo nosotros, que apenas nos sabemos,
que apenas hemos visto un rostro en el espejo
y decimos entonces:
-este tiempo no cesa de roerme la vida-.
Yo madre, yo que soy esta herida,
esta herida de muerte que va sangrando tiempo,
hoy presiento que pronto,
(Ojalá me equivoque) rendirás tus banderas
al barco de las sombras.
Y a pesar de que digo que nada,
incluso nada, tenemos en las manos,
tiemblo cuando imagino
tus brazos, tus abrazos, para siempre cerrados.
Nada nos pertenece madre, pero si de algo sirve
sigamos navegando, yo te ofrezco mi viento
para empujar tu barco.