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ELIZABETH Y LAS MANZANAS

 


Elizabeth tiene quince años,
los ojos quedos y esquivos
como dos peces azules.
Le gusta salir de noche
a disparar palabras verdes a los árboles secos,
bañarse al final de la tarde,
cuando los abismos esperan confundirse con el cielo,
le gusta salir y desaparecer,
convertirse en tigre y desgarrar al viento.
Confundirse.
Dejar de ser rosa para ser tallo, raíz o pétalo,
respirar el polen de sus abejas amantes,
Elizabeth traiciona su sexo al mediodía.
Cuando regresa de clase
hace camino para sus manos blancas,
se complace en acariciar senos firmes
y trenzar cabellos largos,
o besarlos y respirar un sudor que parece suyo.
Elizabeth calla cuando mamá está en casa,
sonríe cuando juega a la pelota
y suspira cuando yo no estoy.
Elizabeth se ha ido de casa,
probablemente encontró un nuevo vientre
y querrá volver al paraíso
para morder de nuevo las manzanas.

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